Transformación social implica un cambio, un movimiento en la forma que tenemos de relacionarnos y concebir el mundo. Los discursos hegemónicos y dominantes han logrado instaurar un modelo de “normalidad” contra el cual todas las demás personas debemos medirnos. Basta con recorrer nuestro barrio y preguntarnos, ¿para quién está diseñada la calle, la acera, el transporte público, la señalética? ¿Por qué acordamos que el lenguaje oral debe ser el dominante? ¿Para qué grupo de personas está legislando nuestro gobierno? Hemos construido una sociedad que nos valora en cuanto podamos producir, ignorando todas las demás dimensiones que posee el ser humano. Una sociedad que se sostiene en la explotación de los cuerpos y de la tierra, donde se valora el sacrificio y el sobresfuerzo para vencer los obstáculos estructurales. El arte es una oportunidad potente para valorar-nos desde otras dimensiones que tiene lo humano, por eso es necesario hacerlo accesible, cotidiano. Nació desde adentro, en una cueva hace miles de años para acompañarnos, para ser perpetuo; nació para “Ser un medio de intercambio con lo que nos rodea, una especie de respiración del alma, bastante parecida a la física, sin la que no puede pasar nuestro cuerpo”, (Flavia, 2012). Les invitamos a dejarse transformar por ella, a indagar en el cuerpo y los sentidos para devenir diferentes, valorar los sueños y aplaudir las alegrías. El arte nos ayuda a desarrollar la creatividad, usémosla para tejer una sociedad que desee erradicar la exclusión.